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Deforestación

Amazonas, crónica gráfica de destrucción y resistencia en tierra karipuna en Brasil

Univision Noticias viaja a una de las zonas más recónditas de la Amazonía donde los indíginas son acosados e incluso asesinados para apropiarse de sus tierras. Este domingo se celebran elecciones donde se decidirá entre Bolsonaro, al que muchos acusan de esta situación de indefensión de los indígenas, y el expresidente Lula.
Publicado 30 Oct 2022 – 10:15 AM EDT | Actualizado 30 Oct 2022 – 10:16 AM EDT
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Icaro Karipuna, en territorio karipuna quemado por invasores.
Crédito: Manuel Ortiz Escámez

En el sur de la Amazonía brasileña, estado de Rondonia, hay un territorio de 153,000 hectáreas de selva tropical llamado Karipuna por la tribu indígena que lo habita desde hace cientos años.

Aquí vive el sonriente y juguetón Icaro Karipuna quien, a sus apenas 8 años, ya acompaña a su padre, Andrē Karipuna, cacique de la aldea, a realizar la labor más difícil y peligrosa que tiene su tribu: recorrer el río Jacipará para monitorear y proteger el Amazonas de grupos que invaden y destruyen su territorio.

Karipunas en el “pulmón” del planeta

Conocida como el 'pulmón' del mundo, la Amazonía es la mayor selva tropical del planeta. Un sinfín de científicos coinciden en que representa uno de los puntos de equilibrio climático más importantes de la tierra, ya que retiene en sus vegetación y suelos más de 200,000 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases causantes del calentamiento global.

La Amazonía es inmensa. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), tiene una superficie de más de 6.9 millones de kilómetros cuadrados, la mayor parte de éstos, el 65%, ubicados en Brasil; el resto abarca parte de Colombia, Ecuador, Perú, Surinam, Guayana, la Guayana Francesa, Venezuela, Bolivia y Brasil, este último tiene el 65%.

La tribu Karipuna es uno de los más de 400 pueblos indígenas que habitan el Amazonas desde hace miles de años. Llegar a su territorio no es fácil. La ciudad más cercana es Porto Velho, pero Brasil es un país tan grande, que llegar aquí desde São Paulo requiere de tres vuelos y todo un día.

“Necesitan hamacas con mosquitero, cuerdas, su propia comida y un vehículo 4x4, o no entramos”, indica Eric Karipuna, un joven integrante de la tribu quien nos conducirá de Porto Velho a territorio karipuna, a cuatro horas de camino, una parte asfaltada y la mayoría en terracería, en dirección suroeste.

Bolsonaro, agroindustria y deforestación

Cuando se deja la periferia de Porto Velho y se ingresa en territorio amazónico, contrario a lo que se esperaría por el imaginario ligado a este enigmático lugar, lo primero que salta a la vista al entrar a esta parte del Amazonas no es la exuberante selva, sino inmensos campos verdes con vacas en lugar de árboles, descomunales plantaciones de soja, así como camiones cisterna que riegan la tierra rojiza al tiempo que los tractores la remueven para ensanchar el camino. “Esto es el supuesto progreso”, señala Eric con ironía mientras conduce rápidamente por una angosta carretera de terracería.

Brasil es una potencia internacional en producción de soja. El país, sobre todo en la Amazonía, produce un tercio de la soja mundial, la cual se exporta principalmente a China y la Unión Europea. Este multimillonario negocio agroindustrial, que tiene como su principal aliado al presidente Jair Bolsonaro, es uno de los pocos que no dejó de crecer durante el golpe económico que propinó al mundo entero la pandemia de covid-19.

Los poderosos empresarios brasileños de soja ven con beneplácito a Bolsonaro ya que este redujo, drásticamente, las regulaciones para el uso de pesticidas y agroquímicos, lo cual disparó la productividad y, por ende, las ganancias para este sector. Como era de esperarse, esto generó descontento entre los ambientalistas defensores del Amazonas.

No obstante, Bolsonaro fue más allá y esto realmente encendió las alertas de los científicos, periodistas especializados, comunidades indígenas y organizaciones medioambientales nacionales e internacionales.

Bolsonaro desmontó los programas de regulación, monitoreo y control de la deforestación amazónica: debilitó al Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama); despidió a fiscales que combatían delitos medioambientales; desintegró el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables y deshizo la principal institución de apoyo a los pueblos indígenas, la Funai.

De acuerdo con Celso Sánchez, un reconocido biólogo y catedrático a quien entrevisté en su oficina de la Universidad Federal de Río de Janeiro –UNIRIO–, las acciones de Bolsonaro generaron una devastación ambiental sin precedentes en Brasil, especialmente en la Amazonía, así como un “incremento significativo de las violaciones a los derechos humanos, y un incentivo subliminal para que grupos criminales avanzaran sobre territorios indígenas”.

Estos grupos criminales, cuenta Sánchez, se disputan de manera ilegal la tala de árboles, la venta de terrenos propiedad de comunidades indígenas, el trasiego de drogas, el tráfico de armas y la minería.

Sánchez, quien dirige GEAsur, un laboratorio de estudios ambientales en la UNIRIO, señala que la administración del presidente Bolsonaro también “ha descuidado gravemente los incendios forestales masivos en la Amazonía en los últimos cuatro años, que han tenido un impacto global”.

Entre 2020 y lo que va del 2022, la Amazonía ha perdido más de 4,500 kilómetros de bosque, según datos del Monitor Forestal de Planeta Mata, con información del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil, y la comunidad Karipuna se encuentra entre los ocho territorios indígenas más amenazados y deforestados ilegalmente en Brasil.

Tierra quemada en la Amazonía de Brasil

Un árbol caído en medio del camino nos impide el paso. Conforme nos internamos más en la selva, ya en territorio karipuna, la densa vegetación parece cubrirlo todo, incluso el cielo.

Descendemos del auto para intentar remover el tronco. El suelo es húmedo, lodoso y cubierto de hojas con todas las tonalidades de verde que podría haber.

Eric nos pide no mostrar demasiado las cámaras fotográficas por la alta posibilidad de un encuentro con “invasores” armados. “Pueden estar en cualquier parte y tenemos muchas amenazas de muerte”, dice con voz pausada y apacible, como habla él.

Al darnos cuenta de que nos es imposible empujar el árbol, Eric se sube al vehículo y usa hábilmente el 4 x 4 para abrirse paso por un estrecho costado. Seguimos el camino y nos volvemos a detener minutos después, esta vez, para que Eric nos muestre una de las últimas intervenciones ilegales en su territorio.

Se trata de una extensión de bosque, similar a la de una cancha de béisbol, completamente quemada. “Ocurrió hace apenas unas semanas”, cuenta Eric. Los árboles aquí parecen colillas de cigarrillo retorcidas y desechadas en un cenicero. De algunos troncos aún sale humo. Pero no podemos permanecer mucho tiempo aquí, no es seguro.

–¿Quiénes son los invasores? – pregunto.

Son grupos criminales que invaden la tierra para después venderla de manera ilegal a compañías. La gente compra porque no sabe que es territorio indígena, o sabe, pero no le importa porque explotan la tierra y sacan mucha ganancia de ella, y porque piensan que se va a legalizar su propiedad aunque sea robada. Esto está sucediendo así en todos los territorios indígenas del Amazonas.

Eric explica que “antiguamente, antes del 2018, los invasores entraban solamente para talar los bosques y traficar la madera. Pero ahora entran para tomar la tierra. Después de talar los árboles, queman y dividen en lotes para vender. Los compradores meten ganado, vuelven a quemar después de un tiempo y por último cultivan soja”. Este ciclo, de acuerdo con los indígenas, elimina la posibilidad de restaurar el bosque por la erosión causada a la tierra.

Arribo a la aldea

Al entrar a la aldea, que consta de pequeñas casas de madera con techo de lámina y una construcción de concreto de una planta que en raras ocasiones (cuando hay médicos) funciona como clínica, corren hacia nosotros Ícaro y su prima Lohana, de 8 años, hija de Eric. Detrás viene André, quien nos da la bienvenida y nos presenta con la comunidad. En total, quedan únicamente 61 indígenas de la tribu karipuna en todo Brasil; 23 de ellos viven en la aldea.


Al mediodía el aire es caliente y denso, por lo que algunos integrantes de la comunidad, incluyendo a Eric, se bañan en el río Jacipará para refrescarse. Ícaro y Lohana se desbordan de felicidad chacoteando en las aguas de tono marrón. Ambos son hábiles y veloces nadadores que, por tiempos prolongados, pueden permanecer sumergidos buscando piedras que se lanzan como reto uno al otro.

El río es vital para la comunidad karipuna porque su principal forma de subsistencia es la pesca de piraña y otras especies de peces, así como la casa de animales que acuden a la orilla para beber agua. También porque a través del río se trasladan en su territorio.

Andrē, Icaro y Aripã Karipuna, el hombre de mayor edad en la aldea, nos permiten acompañarlos en uno de sus recorridos de rutina por el río Jacipará. Abordamos una pequeña lancha con motor fuera de borda. Andrē conduce en la parte de atrás, con Ícaro a su costado, mientras Aripā, sentado enfrente, guía el camino porque el nivel del río está muy bajo debido a la escasa lluvia y hay que ir esquivando grandes ramas y rocas.

Aripã es delgado, tiene más de 70 años, camina erguido y con energía. Me da un aire de don Quijote. Tiene tatuajes en el rostro, los cuales antiguamente distinguían a su tribu de otras en el Amazonas. Porta un rifle con el que asegura, en tono enérgico, que nos cuidará en caso de un encuentro con los grupos criminales.

Andrē, más realista, con una pequeña sonrisa, murmura que el rifle de Aripã es muy viejo y solo sirve para cacería porque los grupos criminales usan armas de alto calibre. “La tribu karipuna nunca ha resistido con violencia”, sentencia.

Desde el inicio del viaje, Andrē nos alerta que debemos ser muy cautelosos al usar las cámaras. “Los grupos criminales se han apoderado del Amazonas, no les gusta la presencia de indígenas, periodistas o ambientalistas”, y nos recuerda el caso del periodista británico Dom Phillips y el ambientalista e indigenista Bruno Pereira, asesinados por grupos criminales en el Amazonas, región del Valle del Javarí, en junio pasado. En el 2021, de acuerdo con datos del Consejo Indígena Misionario (CIMI), 176 indígenas fueron asesinados en el Amazonas.

“¡La cámara, la cámara!”, me dice Andrē, tomándome el hombro porque el ruido del motor no permite escuchar bien. Pasamos dos lanchas detenidas, en medio del río, con 4 hombres en cada una de ellas. Nos saludan y los saludamos. Hay tensión en el aire. Parece que están pescando, o vigilando la zona.

No mucho tiempo después, nos acercamos a la orilla del río y descendemos de la lancha. Andrē nos muestra otra parte de su territorio recientemente talado y quemado por invasores. A principios de año, la tribu karipuna construyó aquí una casa de madera porque es un sitio de recolección de semillas y querían que algunos de sus miembros se hospedaran en el lugar, pero no les fue posible por la invasión de hombres armados.

De acuerdo con Andrē, en los últimos tres años se ha invadido y destruido el 80% de su territorio. Laura Vicuña, coordinadora regional del CIMI en Rondonia, a quien conocí en la aldea, pidió que “el mundo vea lo que está pasando en el Amazonas”. Para ella, aquí no es el pulmón sino el corazón del planeta, “y está siendo destruido por el gobierno de Bolsonaro”.

Además de CIMI, organizaciones internacionales como Greenpeace y Amazon Watch, entre otras, han hecho recientes llamados de emergencia por el caso de las invasiones, amenazas y destrucción en territorio Karipuna.

Brasil celebrará la segunda vuelta de sus elecciones generales este 30 de octubre de 2022, con una cerrada y muy polarizada recta final hacia la presidencia entre el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva (quien lidera las encuestas) y Bolsonaro.

Una gran diversidad de voces, de reconocimiento internacional –desde el lingüista estadounidense Noam Chomsky hasta el fotógrafo brasileño Sebasgtião Salgado– coinciden en que estos comicios son decisivos para el futuro de la Amazonía. En palabras de Andrē, “estas elecciones son de enorme importancia. Pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte de nuestro pueblo”.

De vuelta en la aldea, a las 5:30 de la tarde, como todos los días, cuando el calor y la luz solar han comenzado a descender, Eric prende un ruidoso generador que funciona con gasolina y da luz a la comunidad hasta las 10:00 de la noche. Es entonces cuando algunos aprovechan para ver televisión, conectarse a Internet (que tienen gracias a la donación de un módem satelital), escuchar música en sus dispositivos móviles o lavar ropa en una lavadora semiautomática compartida por toda la comunidad.

Al apagarse el ruidoso generador, la oscuridad es absoluta. El intenso sonido de insectos y aves se mezcla en el aire generando una placentera sensación hipnótica. Así se duerme en la Amazonía, con la fascinación que proporciona la naturaleza, pero también con la preocupación de un incierto mañana para esta tierra. Y parte del futuro, podría depender de lo que pase este domingo 30 de octubre.

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En un minuto: Lula y Bolsonaro van a segunda vuelta tras reñidas elecciones presidenciales en Brasil

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