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Terremotos

Drogas, prostitución y robos en las aulas: así es estudiar en Iztapalapa a un año del sismo en México

Decenas de escuelas ubicadas en una de las zonas peligrosas de la capital quedaron dañadas con el sismo del 19-S y además han sufrido asaltos y saqueos en el último año. Los maestros han tenido que improvisar aulas para continuar con las clases.
19 Sep 2018 – 06:57 AM EDT
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CIUDAD DE MÉXICO. - En los últimos 12 meses, los alumnos de la primaria José Palomares Quiroz han tomado clases en tres escuelas diferentes, patios de casas, aulas de lámina, carpas y hasta en un parque. Tras el sismo del 19 de septiembre de 2017 la estructura del inmueble, que alberga alrededor de 400 estudiantes, quedó desnivelada y con fisuras, y los trabajos de reconstrucción se encuentran paralizados a causa de la inseguridad y la burocracia.

Un año después del sismo, en esta escuela ya no queda ningún niño, solo deambulan el conserje y un perro. El patio quedó invadido por pilas de ladrillos, costales de cemento, arena y cerros de escombros.

Pese a que todo el perímetro de la escuela está cercado por fuera con una maya, desde dentro hay palos de madera acomodados en forma de lanza para contener a aquellos que, por las noches, han entrado a saquear lo que queda de valor.

Los alumnos de decenas de escuelas de la delegación de Iztapalapa, una de las más peligrosas de la Ciudad de México, esperan a que concluyan los trabajos de reconstrucción.

Hasta finales de agosto de este año, había al menos 22 escuelas de la zona "sin una rehabilitación completa", de acuerdo con los últimos registros oficiales de la Secretaría de Educación Pública (SEP). En esta categoría se encuentran aquellas instalaciones que no ha vuelto a ser utillizadas y las que, pese a que ya reciben alumnos, tienen trabajos de reparación pendientes.

Y mientras las obras terminan, padres y estudiantes de estos planteles han tenido que lidiar también con asaltos, ataques con armas y saqueos.

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Sismo de 7.1 en Ciudad de México provoca graves daños estructurales y obliga el cierre de escuelas

Conviviendo con la delincuencia

La primaria José Palomares se encuentra en Ejército de Oriente, una colonia popular de la Ciudad de México, donde hay hasta 7 escuelas de nivel básico en un perímetro de dos cuadras.

Esta es una de las colonias con mayores índices de asesinatos, asaltos, narcomenudeo y prostitución, de acuerdo a la Procuraduría General de Justicia de la ciudad y a los más recientes reportes de Semáforo Delictivo.

Según relata Elizabeth Mariano, madre de tres niños que asisten a diferentes escuelas de esa zona, las autoridades tardaron mucho en responder por las fallas que se reportaron en las escuelas después del sismo. Y cuando implementaron acciones, fueron malas ideas considerando la peligrosidad de la zona y las condiciones del clima.

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Un año después del terremoto que devastó México muchas familias siguen viviendo en carpas


“Las aulas provisionales de varias escuelas se implementaron en lugares donde la gente se droga, se prostituye, comercializa el narcomenudeo y el tráfico de armas. Cuando las aulas se quedaban solas, cometían robos, saqueos, destrucción del inmueble e incluso se robaban hasta los vidrios”, señala.

Así sucedió con la escuela José Palomares.

Abril Hernández quien es la directora, señaló que dos meses después del sismo, comenzaron a tomar clases en seis carpas gigantes dentro del patio de otra escuela, donde varios grupos daban clase al mismo tiempo y se alternaban la asistencia con otros. Dependiendo del clima, sentían estar dentro de un horno o de un congelador.

Pero para ellos la verdadera pesadilla llegó cuando las autoridades habilitaron aulas prefabricadas en el deportivo Carlos Pacheco.


“Cuando estábamos en el deportivo nos saquearon las aulas varias veces. Había condiciones de drogadicción, afuera de las aulas la gente fumaba marihuana y no podíamos redireccionar el aire. Ante la situación los papás le pedían a la gente que respetara, pero pronto se desarrolló un clima de choque”, relata.

Durante su estancia en esas aulas se robaron desde papel de baño y material de papelería hasta las lámparas que había en el techo. Según cuenta Abril, después de un robo dejaron en el pizarrón un mensaje que decía: “Perdón niños”.

Lo mismo sucedió en las instalaciones de la escuela cuando iniciaba el proceso de reparación. Una noche entraron a robar equipo de cómputo y en otra ocasión una persona disparó al portón de la escuela, que aún tiene los orificios de los impactos.

La directora de la escuela dice que lo que han vivido son situaciones que tienen que ver con el clima de violencia de la comunidad, del entorno de la delegación. Otra dos escuelas ubicadas a un par de cuadras –la escuela Antonia Nava de Catalán y la Juan B. Tijerina– también sufrieron incidentes similares de saqueo y clases al aire libre en lugares inadecuados.


Después de esta serie de incidentes, las autoridades realizan vigilancia esporádica, pero no de manera permanente, asegura Abel Onésimo Soriano Granados, director de la secundaria Felipe B. Berriozabal.

El número de policías para patrullar la zona es insuficiente. Esta delegación de 1.8 millones de habitantes –una de las más pobladas de la ciudad– cuenta con 1,180 policías que reparten en dos turnos de 24 horas. En cada turno, 300 cuidan inmuebles públicos y 200 patrullan las calles.

Asistir a clases entre escombros y demoliciones

En el jardín de niños Antonia Nava de Catalán, después de haber pasado por situaciones similares a las de la escuela Palomares, los alumnos volvieron a sus instalaciones al inicio de este ciclo escolar. Pero sólo una parte de la escuela está habilitada.

Las instalaciones de la escuela fueron divididas con una pared falsa. De un lado, los niños que tienen entre 3 y 5 años de edad toman clases entre cantos y juegos. Del otro lado, un grupo de trabajadores de obras trata de reparar los daños que dejó el sismo. Los padres de familia no se sienten seguros de llevar a sus hijos, pero por la necesidad que tienen de ir al trabajo, no les queda de otra.

Por su parte, la escuela primaria Ricardo García Zamudio, fue una de las únicas dos de Iztapalapa que tuvieron que ser demolidas. Los trabajos comenzaron hasta finales de junio, días antes de las elecciones, y hasta a mediados de septiembre aún continuaban removiendo escombros.

“Desde hace un año ya no es igual, hemos sufrido varias cosas, pero tenemos que aguantar. Siempre nos decían que había muchas escuelas dañadas y teníamos que esperar. Pero pasó un año y apenas la están demoliendo”, señaló Guadalupe Maldonado Flores, abuela de uno de los alumnos en la escuela Ricardo Zamudio.

A Miguel Ángel Ponce Aguilar, director de otra de las escuelas que se ubica en Ejército de Oriente, no le extraña que las escuelas de Iztapalapa fueran las últimas en ser atendidas, pues dice que desde hace años la zona ha sido marginada y catalogada como violenta.

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