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Nicaragua

Nicaragua entre huidas intempestivas y familias separadas: historias del exilio forzado por Daniel Ortega

"Estaban diciendo que me iban a violar": ese y otros testimonios de mujeres nicaragüenses que se pusieron a salvo en Costa Rica y esperan que el régimen de Ortega acabe para regresar a su país.
Publicado 6 Mar 2023 – 04:15 PM EST | Actualizado 7 Mar 2023 – 01:51 PM EST
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En la puerta de la habitación que alquila Xaviera Molina está colgada la bandera de Nicaragua, pero al revés. Parece un descuido, pero no es así. La joven madre de dos niños explica que así la colocan los nicaragüenses que han salido de su país y que no están de acuerdo con los atropellos que comete Daniel Ortega y Rosario Murillo, la pareja presidencial que gobierna Nicaragua.

“Es un símbolo de resistencia y de que se están violando los derechos humanos”, explica, mientras prepara a sus hijas para llevarlas al colegio y la guardería en San José, Costa Rica.

No dan aún las siete de la mañana de un día entre semana y Xaviera ya tiene el reloj en contra. Debe hacer un brownie para entregar y una cotización para un catering. Hace unos cinco años su vida era totalmente distinta. Era una estudiante de marketing de veinte y pocos años y sus planes eran otros.

Todo empezó a torcerse cuando, en 2018, decidió protestar en contra del régimen de Daniel Ortega y no solo fue expulsada de la universidad de Carazo (departamento al sur de Managua), sino que vio morir a 20 compañeros durante la “operación limpieza” que se puso en marcha para levantar los tranques y barricadas, sobre todo, en las ciudades de Jinotepe y Diriamba.

Yo no me pude despedir de mi familia, la mayoría no pudimos, en el momento del ataque yo estaba en el tranque central, tuve que resguardarme en una casa cercana y al día siguiente tuve que salir de la ciudad. Luego solo vi a mi hermana, me llevó mi identificación, algo de ropa, y dos días después estaba acá”, cuenta.

Voces como las de Xaviera rezuman indignación por haber salido de Nicaragua de un día para otro, por un punto ciego, sin despedirse de sus familiares. Muchos eran estudiantes que soñaban con terminar una carrera, pero sus expedientes universitarios desaparecieron y fueron hostigados hasta abandonar sus estudios.

El régimen de Daniel Ortega ha emprendido una cada vez más dura persecución contra opositores y disidentes. Un grupo de 222 presos políticos fueron enviados a EEUU, desterrados y tras haberles retirado la nacionalidad.

Pocos días después, casi un centenar de artistas, periodistas e intelectuales fueron declarados “traidores a la patria”: sus bienes fueron confiscados y también se les retiró la nacionalidad, considerada como un derecho humano por la Declaración de DDHH.

“Estaban diciendo que me iban a violar”: una estudiante que salió de Nicaragua por el régimen de Ortega

Alejandra López luce la camiseta de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia, que nació en Managua y continúa en el exilio, y que busca mejorar la calidad universitaria. No son afines a ningún grupo político, de hecho los cuestionan.

Los chicos que son parte de la coordinadora hacen un sketch denominado “La marcha de la burla” a todas las concentraciones de rechazo al régimen que se apoderó de Nicaragua.

“Se trata de hacer sátira a la política nicaragüense. La cultura nica es a base de chistes y humor, así hemos resistido todo. No es una protesta normal, es para recuperar la alegría sin perder la indignación”, cuenta Alejandra.

La joven de 22 años se unió a las protestas en Nicaragua cuando tenía 18 años, cuando iniciaba sus estudios de antropología social. Sus problemas empezaron un año después de las protestas.

No pudo seguir estudiando porque la encontraron pegando en las paredes mensajes en contra del gobierno. “Estuve presa como una hora, me quitaron los lentes y no podía ver porque soy miope . Estaban diciendo que me iban a violar, me quitaron los zapatos. Fue horrible. Luego nos hicieron firmar una carta, me quitaron mi carnet y no pude seguir”.

Salió de Nicaragua con dos amigos y antes enviaron sus pertenencias por correo para cruzar el terreno fangoso que separa Nicaragua de Costa Rica.

“Caminamos 45 minutos, había mucho lodo, hubo un punto en que quería volver, tenía lodo hasta las rodillas, y tenía miedo de que me cogiera el ejército. No le dije nada a mi familia hasta que estuve aquí”.

Obligados a dejar Nicaragua sin poder volver para despedir a sus seres queridos

La bandera colgada al revés en una puerta, la camiseta de una plataforma estudiantil, un tatuaje… todos son símbolos que recuerdan a los exiliados nicaragüenses que tienen un país al que quieren volver. Erika es de aquellas mujeres que se han tatuado el nombre de su país en un brazo.

Lleva cinco años en el exilio y no pudo volver ni para enterrar a su padre y su exesposo. Esta mujer de 36 años lleva ese peso encima.

Erika, enfermera de profesión, ayudó a los heridos de las protestas de 2018, que dejaron más de 300 muertos.

“Yo me sumé a la lucha para ayudar a los heridos, a los jóvenes, lo hice primero por mi ser y luego por mi carrera. Yo no militaba, soy enfermera y me acusaron de conspiración contra el gobierno”, dice.

En prisión fue violada y perdió la noción de los días, pero sus familiares le contaron que estuvo detenida una semana. Es incapaz de verbalizar lo que le pasó en la cárcel conocida como el Chipote, solo comparte un video en el que se la ve salir de la cárcel sin poder caminar, y deja leer carta que escribió con los recuerdos vagos del infierno que vivió.

En el piso que alquila en San José hace tamales y jugos naturales para ganar algo de dinero con su nueva pareja. Allí también hay una bandera enorme que cubre casi una pared.

“Mi lucha es ver a una Nicaragua libre, hemos pedido al Dios de arriba para que esto pase rápido”, zanja.

La madre nicaragüense que pasó de ser abogada a vender pollos por mantener a salvo a su familia

Lidia Úveda es otra exiliada que lleva a su país tatuado en la piel. Tiene un escudo en el brazo izquierdo. Pasó de ser abogada a vender pollos en un kiosco en un barrio de la periferia de San José. Esta mujer de 39 años huyó con toda su familia; primero llegó su esposo y ella vino después con sus dos hijos en un bus.

“Para viajar tranquila no vi la tele durante una semana y en el bus mis hijos y yo nos sentamos separados y les advertí que si me bajaban en algún retén, ellos siguieran porque su padre les estaba esperando en Costa Rica”.

El acento “nica” en las calles de Costa Rica

La ONG española Brigadas Internacionales de Paz recoge que en 2018 hubo un incremento enorme de las solicitudes de refugio ese año: pasaron de 4 solicitudes en enero a 3,344 en junio.

La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur, en inglés) ha contabilizado más de 150,000 solicitantes de refugio hasta 2022. Un número que ya supera el del total de refugiados que se produjo en los años ochenta con las guerras civiles centroamericanas, según el organismo de las Naciones Unidas.

La gran presencia de nicaragüenses es palpable en San José. En una calle del centro de la ciudad dos banderas enormes de Nicaragua cubren la puerta de dos garajes y el olor de carne asada con leña que sale de una fritanga lo impregna todo. Es un punto de encuentro para los exiliados y los migrantes que salieron mucho antes buscando un sueldo en colones y que tampoco tienen un país al cual volver.

El acento 'nica' se puede escuchar en el mostrador de una panadería, en los supermercados chinos, en algún restaurante.

Una madre en el exilio que recuerda a su hijo, muerto en las protestas en Nicaragua

Muchas mujeres, con años de sobra para estar en un trabajo que requiere esfuerzo físico, se han empleado en la limpieza y cruzan la ciudad para quitar el sucio de los hogares “ticos’ (apelativo para los costarricenses).

Esa es la rutina de Azucena López, de 54 años, que ya había vivido temporadas en Costa Rica antes por motivos de trabajo, pero después del asesinato de su hijo se asentó definitivamente. En su casa, que tiembla cuando pasa el tren que va de San José a Cartago, tiene una especie de altar con objetos sagrados, como el libro de la Asociación Madres de Abril (AMA) que reúne las historias de las personas asesinadas entre abril y septiembre de 2018.

La historia de su hijo está en la página 83: Erick Antonio Jiménez López, obrero de 33 años, asesinado en Masaya el 17 de julio de 2018 se lee en el encabezado.

“Cuando él falleció yo estaba aquí trabajando, mi hermana y mi hija recogieron el cuerpo. A mí me dijeron que le dieron un balazo, pero no que estaba muerto. Yo cogí mi maleta… y cuando llegué eran las 8 de la noche y estaba el ataúd de mi hijo en mi casa. Éramos pocos y nos dijeron que cerráramos las puertas, porque el ejército estaba cerca y podían quitarnos el cuerpo. Ese día yo velé a mi hijo con una vela. Para mí fue la noche más oscura de mi vida”, cuenta.

La mujer que tiene un afiche con la foto de su hijo y lo lleva a la embajada de Nicaragua el 19 de cada mes.

Los nicaragüenses en Costa Rica no tienen miedo de protestar y mostrar su bandera. Se autodenominan gente de “azul y blanco”, los colores de su bandera, lo que los hace opositores. Dicen sus nombres completos a los periodistas y se refieren al gobierno de su país como “una dictadura” que tiene que acabar para que ellos puedan volver.

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